Formación inicial. Es verdad que hay facultades donde el estudio de las TIC en el aula deja mucho que desear; de otras hay que decir que son ejemplares. De todos modos –ya lo he comentado en alguna ocasión
–,
no estoy convencido que se hagan bien las cosas cuando se pretende trasladar el modelo TIC imperante en las escuelas, por obra y gracia de la administración educativa, a la universidad. Esta debe acercarse a las TIC desde la reflexión crítica respecto a lo que se está haciendo. No me cabe en la cabeza la imagen de los futuros maestros elaborando unidades con las aplicaciones al uso (jclic, wq, hotpotatoes) ni me los quiero imaginar construyendo su mundo TIC en torno al tabletpc. La formación inicial del profesorado en ese sentido deber ser algo más que la mera repetición de modelos no suficientemente probados.
Formación continua. Las deficiencias de la formación continua son generalizables a todos los ámbitos y a todas las instituciones. La propia estructura está viciada por otros procesos laterales importantísimos para la vida laboral del profesorado (sexenios, concursos…), algo que a veces se olvida cuando se pretende argumentar que lo único importante es el alumno. Está claro que ese es nuestro objetivo, pero de ahí a pensar que el profesor es un ente sin intereses, ajeno a los vaivenes laborales y que vive exclusivamente por y para su actividad en torno al aula va un enorme trecho. Por otra parte, la actividad de ciertos Centros de Profesores ha de ser cuestionada, pues en realidad actúan cada vez más como correa de trasmisión de los intereses de la administración que como espacio de intercambio y de reflexión. No hay más que ver las líneas prioritarias de formación que se envían a los centros, por ejemplo, desde
Sobre el uso. Cuando una herramienta es funcional, asequible (por su elaboración, por su coste) e incide positivamente en la unidad de trabajo necesaria para elaborar una unidad de producción, entonces la herramienta es nominalmente revolucionaria al promover un cambio rápido y profundo. Cuando este cambio incide en las formas de trabajo, la herramienta puede llegar a ser liberadora. Cuando además su uso se extiende entre amplios sectores de la sociedad y provoca sustanciales cambios socioeconómicos y culturales, entonces puede decirse que es plenamente revolucionaria en el sentido político del término. Fundamentalmente nos encontramos con que gran parte del profesorado es incapaz de asimilar de qué manera la herramienta revolucionaria incide en su producción y si en efecto es liberadora de trabajo. ¿Acaso el profesorado es ciego a la evidencia revolucionaria o es que la herramienta no es tal? Pues tal vez se trate de las dos cosas. Hay que ver las dificultades que ciertos trabajadores presentan en procesos de reconversión respecto a su forma de trabajo (y no nos engañemos: para ciertas generaciones está siendo un cambio radical). Pero también hay que incidir en los quebraderos de cabeza que nos produce una reparación o las conexiones a Internet que no son lo que se merece un colegio. De todas formas, es preciso anotar que el cambio se ha iniciado ya y que no tiene vuelta atrás. ¿Que no va todo lo rápido que desearíamos...?
Sobre la evaluación y la fiscalización. En un proceso con tantos claroscuros se hace difícil promover actuaciones que evalúen objetivamente lo que se está haciendo. Si éstas son promovidas desde la administración para glorificar su programa, jamás lograremos explicar fallos y deficiencias. Esas explicaciones han de solicitarse a pie de aula. Para terminar, permítame una gracieta. Yo quiero que los inspectores me sigan pidiendo papeles; sí señor, solo papeles; y cuantos más me pidan y ellos lean, mejor. No los quiero como agentes impulsores de las TIC en el aula. Porque, díganme: ¿de verdad los ven capacitados para conocer, dirigir y potenciar esas actividades?
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