Están locos estos influencers
Antaño era común empezar algunos escritos de reclamaciones, agravios o manifiestos con la frase “A quien pueda interesar”. Dudo mucho que estas líneas interesen de verdad a alguien y lo ilustren respecto a la tan mentada innovación educativa.
Estoy a punto de jubilarme. Mi primer destino en 1986 fue en un centro atípico, denominado Centro Rural de Innovación Educativa. Acogíamos temporalmente a alumnos de otras escuelas, que cursaban 6°, 7° y 8° de la antigua EGB, para trabajar el currículo de otra manera, lo que no quiere decir que sus maestros de referencia, aquellos al cargo de las escuelas de donde venían, no estuvieran haciéndolo ya desde puntos de vista innovadores. Se daba preferencia a la investigación en el medio; se elaboraban los materiales de trabajo y se abandonaba el libro de texto; se daba uso al laboratorio; se abordaba la tecnología en su más amplia expresión (para lo que, por cierto, los talleres, herramientas y materiales gozaban de una muy buena financiación); se impartían otras áreas como la música y el inglés, que entonces no contaban con profesores especialistas; se montaban talleres de radio escolar, fotografía, cerámica, guitarra...; en aquellos primeros años empezamos también a trastear con ordenadores. Pero sobre todo, los alumnos podían convivir, algo que todos ellos recordarían con el paso de los años.
Nunca he tenido la impresión de ser innovador; tampoco lo he pretendido. Sí he estado abierto a cuantas formas de hacer que se adaptaban a los nuevos tiempos, a los nuevos currículos, a las tecnologías diferentes. Puedo decir que nunca he dado clase de la misma manera, precisamente porque las condiciones han sido cambiantes y, sobre todo, he querido estar atento.
Innovar: acudir a las fuentes y estar despierto. “Hablar de innovación” ocupa el grado más elevado en el innovatiómetro. Esto significa posicionarse a favor o en contra de determinadas prácticas, adherirse a los correspondientes grupos de apocalípticos e integrados, con argumentos basados en sesudos estudios o de nivel cuñao, o tal vez con estadísticas interesadas. Conocer, como buen profesional, qué hicieron otros, y colocar en su justo término los propios logros, es primordial para situar nuestra práctica docente. Estar atento a lo que nos rodea y desbrozar caminos (métodos) es la tarea que todo docente debe realizar; descubrir nuevas vías y cuestionarse las trilladas.
Utilidad, eficacia, accesibilidad y replicabilidad. Si un instrumento o método cumple al menos con esas cuatro condiciones (me vale, cumple con los objetivos que me he planteado, está a mi alcance y lo pueden repetir o utilizar un gran número de personas) podremos decir que ambos están en condiciones de tener un éxito notable. Pero no nos dice si el instrumento o la metodología son innovadores. La fotocopiadora es un ejemplo de éxito, pero solo puede calificarse de innovadora en el instante en que aparece por vez primera en una escuela determinada. Tanto esta respecto a otros métodos más artesanales de reprografía, como el bolígrafo respecto al plumín, supusieron en su momento una innovación. La replicabilidad y su caricatura, la receta, clausuran toda innovación. La receta prescribe y cierra caminos. Por si hubiera alguna duda, el prospecto te advierte también del modo de empleo y no siempre hacemos caso de los efectos secundarios.
La innovación se persigue y se testea, siempre con la vista en unos objetivos; sólo así podrá comprobarse su eficacia. Pero sobre todo se busca porque los modelos que un profesional tiene como referencia ya no le resultan válidos, sean cuales sean los motivos. El primer paso, por tanto, es la reflexión, que no siempre se posibilita desde la administración (los documentos, los planes, las memorias, cuando devienen en simples papeles, son los principales enemigos del cuestionamiento sobre el quehacer educativo). La preguntas que debemos hacernos son a la vez sencillas y peliagudas: ¿estoy a gusto con mi trabajo?, ¿soy honesto con él?, ¿alcanzo los objetivos que me he propuesto en relación a los logros de mis alumnos?, ¿estoy dispuesto a cambiar algo? Si la respuesta a esta última es negativa, sobran las innovaciones, sobra lo que nos cuenten defensores, detractores, suspicaces, entusiastas, disolventes, ya tengan mucho o poco predicamento (léase seguidores en las redes), ya tengan mucho o poco acierto en los análisis. Creo que hay un mundo más allá de twitter. Si la respuesta, en cambio, es positiva, el siguiente paso que dar es el de la investigación. Se dice que los experimentos en educación hay que hacerlos con gaseosa. Y así, con esta sentencia, nos olvidamos de una de las principales herramientas que tiene el profesional para mejorar su práctica docente. Por supuesto, se trata de abordar la teoría en sus textos (todavía me asombro de lo poco que esta profesión lee en este sentido), pero también de poner en práctica, de una manera valiente, nueva, unas propuestas que distan de parecerse a la receta dispensada para el común de los docentes. La educación basada en evidencias no puede ser guillotina de la experimentación. No todo resulta tan evidente, ni todo puede ser objetivamente observado, ni todo nos ha de devolver necesariamente tasas de éxito o fracaso. ¿Es evidente la bondad de la educación basada en evidencias? Aun a riesgo de mostrarme como un hereje (y todo tipo de contras- que quieran ponerme) la sospecha y la intuición deben tener cierto lugar en el trabajo docente. Ambas tienen que ver con un posicionamiento crítico sobre nuestra práctica y el descubrimiento, pero no pueden ser la piedra angular.
La innovación aspira a ser poliédrica. Por eso, una o dos caras innovadoras no conforman un cuerpo innovador. Es preciso evaluar las múltiples facetas. Aspira a serlo porque el propio concepto de innovación es dinámico y, por tanto, no podrá darse por terminado nunca. Pensemos en un icosaedro. ¿En qué modo son innovadoras la afamada educación finlandesa o la de los jesuitas? Vuelvo a señalar que no estamos hablando de éxito. ¿Lo son cuando vemos con detenimiento todas sus caras? ¿Qué características tienen en esas prácticas las caras de la inclusión, la segregación, el tipo de familias, el uso de la tecnología…?
Unas caras están más iluminadas que otras y las sombras se ciernen sobre muchas. Es preciso someter el cuerpo a la luz, moverlo y apreciarlo en su justa medida. Quito luz aquí y la pongo allá; apago los destellos de la novedad en unas facetas y descubro detalles en otras; adivino oportunidades y vislumbro dificultades.
¿Cuál podría ser tu poliedro innovador? ¿Te es suficiente con un tetraedro, con un cubo? ¿De qué caras podrías prescindir? ¿Ocuparían las TIC/TAC/TEP una de ellas? ¿Dejarías una cara para la evaluación? Al currículo oficial, insoportablemente extenso y prescriptivo, hay que reconocerle no obstante una buena delimitación de esas caras. ¿Se ha leído convenientemente? ¿Lo podemos adaptar a nuestras circunstancias personales ―y aquí entraría desde “el no sé al no me lo creo y no pienso hacerlo”?
¿Y tú me lo preguntas? Ni cursos, ni másteres, ni expertos, ni influencers, ni twitter, ni un libro colaborativo van a sentar cátedra. Un pretendido innovador queda herido de muerte cuando a lo que propone se le espeta sin vergüenza “esto ya lo hacemos”, o se pervierten los significados de conceptos educativos (“las metodologías son activas porque estamos todos activos”). Nada más fácil para aquellos que quieren seguir haciendo lo mismo que alimentar con dudas generalizadas su hambre de rutina. Ser influencer en sospechas metodológicas, no dejar títere con cabeza.
Repaso mis horas como ponente. Casi siempre he acudido donde me llamaron. ¿Para qué? Pues para contar, con mayor o menor acierto, lo que hacía en mis clases. ¡Qué simpleza! ¡Casi nada! ¿Y por qué acudía a esos eventos (también promovidos por multinacionales), colegios o centros de profesores? Porque me creía lo que hacía, con más menos tino, en mi trabajo. ¿Era algo innovador? Cuando lo exponía pensaba/pienso que lo era, pero no me quitaba el sueño. Sí he pretendido siempre extender en los centros por los que he pasado prácticas que considero positivas para el desarrollo de los alumnos. Si no ha podido ser… habrá que apuntarlo en el debe de todos. Ya hemos señalado que la voluntad de cambio no se da necesariamente en todas las personas.