jueves, 26 de enero de 2017

LA ESCUELA Y LAS CORRIDAS DE TOROS


Si quieren poner a prueba las capacidades de sus alumnos para pensar y tal vez pensar con habilidad, propónganles un tema de diálogo actual, el de las corridas de toros, y un punto de partida problemático: el del maltrato animal.

El diálogo puede prestarse a la argumentación fácil y falsa, carente de lógica en muchas ocasiones, porque el asunto está preñado de lugares comunes y seguramente escuchados en las conversaciones de las personas mayores: las corridas de toros mueven mucho dinero, las corridas de toros generan muchos puestos de trabajo, los toros han nacido para morir en la plaza y por ello viven a cuerpo de rey, son un espectáculo artístico o forman parte de la tradición y la fiesta.

Como decíamos, el punto de partida siempre debe ser el de la problematización respecto a la cuestión presentada. La corridas de toros pueden presentar problemas filosóficos que tienen que ver con la tradición, con el arte, con la fiesta, con el trabajo (no sé si con el PIB). Pero si obviamos el punto de partida clave, el del maltrato animal, todo lo que viene detrás eludirá, todo lo hábilmente que se quiera o pueda, esa cuestión central.

Hagan la prueba y, llegado el momento, dejen caer la pregunta de si dar puyazos, clavar banderillas, estoquear y apuntillar en su caso, puede considerarse maltrato animal. Si esto es algo que no parece quedar claro entre personas formadas, ¿qué podemos esperar de los niños? Curiosamente, por una u otra vía, por uno u otro argumento falaz, los niños intentan llegar a esos mismos tópicos que exponen sus mayores. Es verdad que cierto tipo de intuición sobrevuela sus cabezas (solo una sospecha) y la mayoría de ellos parece aceptar que el maltrato existe. Lo que, sin embargo, no se compadece bien con ese maltrato es el cúmulo de circunstancias que permiten contemplar las corridas de toros como algo que siempre ha estado ahí: acudo a verlas con mis padres, disfruto estando con mis amigos en ellas, es algo legal y permitido, es un momento de fiesta. ¿Cómo puede ser malo algo así?

Y he aquí la importancia de la reflexión dirigida hacia la cuestión verdaderamente problemática, por una parte, y el valor que debe atribuirse a la educación, por otra. Cuando en asuntos de especial gravedad (maltrato del tipo que este sea, acoso, conductas contrarias a la convivencia, por ejemplo) se desenfoca el objetivo sobre el que se disputa, no conseguimos más que promover un lugar de mero encuentro de opiniones; y aun siendo importante este intercambio, resulta a todas luces insuficiente por cuanto no se produce una verdadera investigación filosófica mediante actitudes y mecanismos (habilidades) que nos permitan, por un lado, dilucidar nuestras posiciones al respecto de una cuestión, como, por otro, avanzar en el desarrollo moral del niño; desarrollo que no parece estar acabado y que, a las edades que nos referimos (11-12 años), se situaría en un nivel convencional: el buen comportamiento, el comportamiento útil que es aprobado por los demás, el que sostiene la autoridad y el orden social (por cierto, elementos que no están muy lejos de ser la guía casi exclusiva de muchos adultos). Ahora bien, ¿cómo se aprende a dirigir el foco y cómo se contribuye a ese desarrollo moral? Por una parte, es necesario entrenar esa habilidad, que debería ser la primera, esto es, la de declarar el asunto sobre el que vamos a hablar y despejar todo aquello que nos impide ver; por otra, avanzar en la definición de los valores morales y los principios culturales con los que estamos de acuerdo, y para eso sólo cabe el diálogo que permita desbrozar la jungla de cuestiones erróneas.

En consecuencia, hablar de toros no es solo activar habilidades de pensamiento sino que puede decir mucho del desarrollo moral de una persona. Hablábamos de la educación, pero esta no puede ceñirse al ámbito reducido de la escuela. La ayuda de la sociedad educadora es más urgente si cabe. Las familias y poderes públicos que basan su horizonte moral en la tradición, la mera utilidad, la impermeable legalidad (o el PIB, si me apuran), no pueden confiar en que solo la escuela pueda lidiar con los cambios efectivos en la forma de pensar de nuestros alumnos. Sucede que si familias y poderes públicos son permisivos con ciertos problemas (léase consumo de alcohol, maltrato animal u otros), difícilmente puede arrogarse la escuela la capacidad para avanzar en un desarrollo moral más elevado; sencillamente, es luchar contra molinos de viento por mucho que entrenemos a los alumnos a montar a caballo y a sostener una lanza; tanto más cuanto antes no advertimos que el verdadero problema eran las aspas del molino.

El aumento del desinterés de nuestros jóvenes por las corridas de toros es una buena noticia. El empeño de asociaciones taurinas, profesionales y particulares para que la afición a los toros cale entre los niños es deplorable. Ese querer ensalzar las supuestas virtudes de la fiesta en nada favorece el desarrollo moral más elevado. Jugar la carta, además, de presentarlas al modo pedagógico (talleres, charlas, cómics, cuentos, juegos y videojuegos...), dirigiéndolos hacia una única meta, es tramposo.

La escuela, como no puede ser de otra manera, ha de desvelar las propuestas que nos empequeñecen como personas y rebelarse contra lo que no nos permite crecer como sujetos morales. Soy de la opinión, no obstante, de que el alumno debe contrastar argumentos y ser capaz de elegir en un momento dado. Sin concesiones. Pero también soy consciente de las limitaciones de la escuela, cuando se promueven acciones que tocan directamente el lado lúdico de los jóvenes. Y es que entre un diálogo profundo y un videojuego no hay color. Dónde va a parar. 

No hay comentarios: