
La caja fija te enseña, la caja fija entretiene y yo te digo contento: hasta la crisis que viene.
¡Hay que joderse con la caja fija!
Hace días que intento atrapar y ordenar ideas que me rondan a propósito de la crisis, la política, los ciudadanos y la escuela. No me resulta fácil. A primera vista parece otra manera de complicarse la vida, proponiendo relaciones “no aptas para menores”. Por otra parte, reconozco que he de hacerlo en un ejercicio de equilibrio socioprofesional y emocional, para no contaminar mi quehacer cotidiano. Digo contaminar porque me da en la nariz que asuntos tales como el trabajo de los políticos, la economía que afecta directamente a las familias o qué cosas sean eso de los derechos del ciudadano debieran permanecer alejadas de un aula dialogante y atenta a la actualidad, pues para eso ya están los programas de asignaturas donde se expresan, convenientemente cristalizados, aquellos conceptos que sin duda te ayudarán a interpretar el mundo, pero en cuya eficacia para transformarlo se confía cada vez menos.
Una de las razones para esa desconfianza es la inversión y perversión a la que son sometidos por parte interesada. Así, la solidaridad ya no es adhesión sino que se desarrolla por decreto impuesto; una huelga es un derecho de efectos perversos, anticuado y corto de miras; la política “se hace en las alcantarillas” [yo: y en las Diputaciones]; nunca mejor dicho: un ciudadano, (sólo) un voto; y las crisis caen del cielo cual maldición bíblica.
Me consta que hay profesionales que tratan abierta y honestamente todos estos temas y posibilitan espacios y tiempos para que sus alumnos dialoguen en torno a ellos. Hay comunidades educativas con larga tradición en el mantenimiento de actitudes críticas imbricadas con los diferentes elementos de su entorno inmediato. Mi pregunta es si en primaria y secundaria hacemos lo suficiente para entender el mundo que nos toca vivir y si ofrecemos al estudiante las herramientas y normas de uso que en un futuro le permitirán cambiarlo.
Por mi parte haré la autocrítica que me corresponde. A pesar de que llevo algunos años trabajando con mis alumnos la filosofía en el aula en primaria, rara vez se desarrollan indagaciones sobre la política y los políticos, sobre el significado del trabajo y los salarios, sobre las implicaciones del paro, sobre el significado de una huelga... Debo reflexionar sobre lo que intuyo como una cierta autocensura. ¿Se merecen nuestros alumnos que les escamoteemos la posibilidad de que hablen sobre ello desde sus experiencias cercanas? ¿Debe el profesor actuar inexorable y valientemente para promover ese diálogo?
Creímos que con la llegada de la democracia nominal estaba todo hecho. También en la escuela. Creímos que con educaciones para la ciudadanía varias estábamos formando ciudadanos libres desde el colegio. Pero en el camino hemos ido olvidando los referentes inmediatos y cambiándolos por simples acepciones que adquirieron nuevos significados no se sabe en qué momento. Entiendo que es el momento –en realidad siempre lo es– de propiciar una escuela crítica y, sobre todo, generosa con ella misma. En la escuela es necesario conocer el nombre de las cosas, pero también llamarlas por su nombre.
Formación inicial. Es verdad que hay facultades donde el estudio de las TIC en el aula deja mucho que desear; de otras hay que decir que son ejemplares. De todos modos –ya lo he comentado en alguna ocasión
–,
no estoy convencido que se hagan bien las cosas cuando se pretende trasladar el modelo TIC imperante en las escuelas, por obra y gracia de la administración educativa, a la universidad. Esta debe acercarse a las TIC desde la reflexión crítica respecto a lo que se está haciendo. No me cabe en la cabeza la imagen de los futuros maestros elaborando unidades con las aplicaciones al uso (jclic, wq, hotpotatoes) ni me los quiero imaginar construyendo su mundo TIC en torno al tabletpc. La formación inicial del profesorado en ese sentido deber ser algo más que la mera repetición de modelos no suficientemente probados.
Formación continua. Las deficiencias de la formación continua son generalizables a todos los ámbitos y a todas las instituciones. La propia estructura está viciada por otros procesos laterales importantísimos para la vida laboral del profesorado (sexenios, concursos…), algo que a veces se olvida cuando se pretende argumentar que lo único importante es el alumno. Está claro que ese es nuestro objetivo, pero de ahí a pensar que el profesor es un ente sin intereses, ajeno a los vaivenes laborales y que vive exclusivamente por y para su actividad en torno al aula va un enorme trecho. Por otra parte, la actividad de ciertos Centros de Profesores ha de ser cuestionada, pues en realidad actúan cada vez más como correa de trasmisión de los intereses de la administración que como espacio de intercambio y de reflexión. No hay más que ver las líneas prioritarias de formación que se envían a los centros, por ejemplo, desde
Sobre el uso. Cuando una herramienta es funcional, asequible (por su elaboración, por su coste) e incide positivamente en la unidad de trabajo necesaria para elaborar una unidad de producción, entonces la herramienta es nominalmente revolucionaria al promover un cambio rápido y profundo. Cuando este cambio incide en las formas de trabajo, la herramienta puede llegar a ser liberadora. Cuando además su uso se extiende entre amplios sectores de la sociedad y provoca sustanciales cambios socioeconómicos y culturales, entonces puede decirse que es plenamente revolucionaria en el sentido político del término. Fundamentalmente nos encontramos con que gran parte del profesorado es incapaz de asimilar de qué manera la herramienta revolucionaria incide en su producción y si en efecto es liberadora de trabajo. ¿Acaso el profesorado es ciego a la evidencia revolucionaria o es que la herramienta no es tal? Pues tal vez se trate de las dos cosas. Hay que ver las dificultades que ciertos trabajadores presentan en procesos de reconversión respecto a su forma de trabajo (y no nos engañemos: para ciertas generaciones está siendo un cambio radical). Pero también hay que incidir en los quebraderos de cabeza que nos produce una reparación o las conexiones a Internet que no son lo que se merece un colegio. De todas formas, es preciso anotar que el cambio se ha iniciado ya y que no tiene vuelta atrás. ¿Que no va todo lo rápido que desearíamos...?
Sobre la evaluación y la fiscalización. En un proceso con tantos claroscuros se hace difícil promover actuaciones que evalúen objetivamente lo que se está haciendo. Si éstas son promovidas desde la administración para glorificar su programa, jamás lograremos explicar fallos y deficiencias. Esas explicaciones han de solicitarse a pie de aula. Para terminar, permítame una gracieta. Yo quiero que los inspectores me sigan pidiendo papeles; sí señor, solo papeles; y cuantos más me pidan y ellos lean, mejor. No los quiero como agentes impulsores de las TIC en el aula. Porque, díganme: ¿de verdad los ven capacitados para conocer, dirigir y potenciar esas actividades?
MANIFIESTO EN DEFENSA DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES EN INTERNET
Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que:
Este manifiesto, elaborado de forma conjunta por varios autores, es de todos y de ninguno. Se ha publicado en multitud de sitios web. Si estás de acuerdo y quieres sumarte a él, difúndelo por Internet.
Algunos de los tuits que se me quedan grabados no hacen más revolotear en mi cabeza como si quisieran escapar. Uno de ellos indicaba que un mal maestro producía un daño irreparable en el alumno. A qué tipo de maestros nos estaremos refiriendo… ¿Al pederasta, al violento, al alcohólico? A lo mejor se refería al que no hace su trabajo, al que no lo hace bien, al que… Efectivamente, dejando a un lado las conductas de tipo criminal, abominables y que se han de perseguir, lo que suelo leer va en el sentido del profesor que no es competente en la implementación de las competencias básicas con sus alumnos y, entre éstas, la palma se la lleva la referida al tratamiento de la información y la competencia digital.
Supongo que a todos nos educaron unos maestros, cada uno con su peculiar forma de enseñar –si es que enseñaban algo–. Supongo que, conductas criminales al margen, nos enseñaron más aquellos que nos trataron con cariño, ante una pizarra o una enciclopedia Álvarez, que aquellos otros que nos trataron a golpes, en los que se personificaba la ansiedad diaria que nos embargaba a cada momento. De estos últimos no aprendí nada. Si no fuera por alguna hostia que me cayó, ni me acordaría de ellos. La resiliencia, ese proceso por el cual un individuo es capaz de sobreponerse a sucesos traumáticos, debería disponer de un grado de menor intensidad para referirse a los males que la escuela genera en los alumnos. Claro está que encontraremos individuos traumatizados por su paso por el colegio, pero sería conveniente tener en cuenta que, a pesar nuestro, los alumnos salen adelante y que, aunque se nos olvide, resulta que somos protagonistas de un sistema que tiende a reproducir desigualdades, porque en realidad el mercado de trabajo se encarga, inexorable, de colocar a cada uno en su sitio. ¿Y qué podría hacer el maestro para luchar contra ese determinismo?
Recuerden a Clinton refiriéndose a Bush: “Es la economía, idiota”. Recuerden en lo que se insiste una y otra vez: “Es la didáctica” (quito el “idiota”). Claro que es la forma de dirigirse al alumno, de dirigirse con los alumnos… Claro que es necesario tener unos fundamentos con los que conducirse, pero ¿cuáles? ¿Me hablan de objetivos operativos, de taxonomías de Bloom, de procedimientos y actitudes, de competencias? ¿Bajo qué marcos teóricos? Pues resulta que en mis años de experiencia he visto actuar de muy diversas maneras a muy buenos profesionales que han sabido sacar lo mejor de sus alumnos, los buenos y no tan buenos. A mi juicio, la clave está en la honestidad, en la responsabilidad para trabajar de tal manera que el alumno se sienta protegido y potenciado en sus capacidades, de modo de adquiera algo que de verdad le va a servir en la vida: el amor por aprender.
Pero, de repente, pareciera que todo el mundo se ha vuelto loco. Hay que correr con una implantación 2.0 y mientras tanto vamos dejando cadáveres por el camino. Hay que meter el concepto de competencia y lo que lleva anexo porque es lo que toca. Mañana tocará otra cosa y estaremos a lo que toque. Algo que me ha asombrado siempre es la capacidad de los profesores para adaptar sus programaciones en papel a las exigencias de la ley. El sueño de una ley de educación no produce monstruos; acaso programaciones, que se le parecen bastante.
Así que, entre tanto, mientras llegan PDIs, tablets y textos digitalizados, se imponen competencias, tareas y proyectos, y se vela mediante inspectores, asesores y talibanes de la cosa, los colegios y los profes siguen sacando a los alumnos adelante. Permitan que ponga en duda la especie de un profesorado en general refractario a hacer bien su trabajo. Me gustaría oír los comentarios elogiosos de profesores que lo intentan. Me gustaría leer las dificultades que se les plantean. (A propósito, Mª Sol se jubila este año y lleva cuatro trabajando con los tablets).
Entiendo que es saludable ver las cosas mucho más en perspectiva. Huir en ocasiones de los corrillos tic-didáctico-pedagógicos, donde el canto del piropo y el argumento de autoridad se nos van a veces de la mano.
Vale.
Al hilo del post Las oligarquías participativas de la web 2.0 quisiera realizar un breve comentario. Así que, ahí vamos, entre el “es bueno asombrarse” y el “no sé por qué nos asombramos”.
Los conceptos de red y de participación poseen una potencialidad extraordinaria, pero se están sobrevalorando en cuanto a la capacidad real de cambio que pueden provocar; precisamente porque se olvidan dos circunstancias relativas a la condición humana: una tiene que ver con un estar fuera de la red; la otra, con los deseos y la capacidad de participar. En medio de ambas se produce el intercambio de todo lo que se puede cambiar.
Estar fuera de la red es ser mosca (cojonera o no), pero también araña que mueve los hilos [me sugirió esto «La araña y su tela», una crítica al libro de Castells Comunicación y poder]. A menudo pasamos por alto a la araña y sus crías. La red también deviene jerárquica. Los nodos no tienen la misma capacidad de enlace. Esto, que parece tan evidente, es lo que se olvida cuando esperamos que cada uno de los puntos de la red se excite y promueva una acción común.
La mosca no espera al sueño de la araña, porque ésta nunca duerme; se arriesga una y otra vez a contaminarse con el pringue de la tela para conseguir su premio.
Por otra parte, también sucede que la red atrapa y, en tanto que aprisiona, dificulta la participación. Sólo los nodos con la suficiente fortaleza podrán mover parte del entramado. Otros no tienen siquiera esa capacidad.
Estar en la red, entonces, es estarlo de varios modos y las ganancias que nos produce son variadas y de distinta calidad. A los pegados a los hilos les mece el viento; a la mosca le atrae un cierto olor de innovación; y a la araña…¿alguien piensa que la araña y sus crías no se llevan el premio gordo?