miércoles, 8 de septiembre de 2010

LA ESCUELA CONTRA EL MUNDO



He leído recientemente este libro de Gregorio Luri en el que se exponen tesis ciertamente atractivas para todos aquellos que se manejan entre dudas y malestares varios con el rumbo que viene tomando la escuela. Se trata de un texto ameno, bien escrito, cuyas resonancias ideológicas están plasmadas comedidamente y muy alejadas de los exabruptos antipedagógicos, o antiescuela, que vienen circulando últimamente entre los profesionales de la educación.

Coincido plenamente con algunas de las afirmaciones expuestas por Luri. Sin embargo, he de señalar que con otras -tanto más cuanto su autor ha sido maestro y además profesor de filosofía- me he quedado bastante perplejo. Por último, también indicaré que la intención final de la obra, esto es, señalar que el optimismo es posible -tal como reza el subtítulo- queda a mi juicio bastante desdibujada y lejos de transmitir al lector la necesidad de ese objetivo.

Una de los aspectos más atractivo ha sido la llamada a la responsabilidad, a la excelencia y a la confianza. Digo que me he quedado gratamente sorprendido por algo que en la relación con mis alumnos y con sus padres visualizamos de la siguiente manera: a principios de curso pido a unos y a otros que recuerden la tecla que algunos radiocasetes tienen para grabar (REC y un puntito rojo). Esa tecla contendría las claves de lo básico que la escuela debe propiciar y solicitar: Responsabilidad, Excelencia y Confianza. Responsabilidad para hacer las cosas, las que debo hacer por mí mismo y las que me encargan; excelencia con la que conseguir no sólo hacer las cosas, sino hacerlas bien y cada vez mejor de acuerdo a las capacidades de cada uno; y confianza entre todos los componentes de la comunidad educativa, de forma tal que cada cual acepte de buen grado que todos están dando lo máximo de sí en relación a los otros. Me ha alegrado constatar que es posible hablar de excelencia -concepto del que huyen muchos docentes, que a menudo lo asocian a elitismo-, yendo a la raíz de las cosas, y no desvirtuando un término que ha estado devaluado durante mucho tiempo en ciertos sectores.

Otro de los apartados donde tengo bastantes dudas y en parte puedo coincidir con el autor es el relativo al constructivismo -tengo menos dudas con el nacionalcontructivismo-. Esta teoría del aprendizaje ha parecido olvidar elementos centrales del cognitivismo, especialmente los relativos a la atención y la memoria, o a los ineludibles materiales con los que se ha de construir, por no hablar del conocimiento que no es construible de manera inmediata.

Hay otros aspectos con los que no puedo coincidir. Partiendo de la necesidad de superar el activismo y la escuela progresiva, con Dewey y sus seguidores en el punto de mira, el autor carga las tintas una y otra vez contra el pensamiento crítico, la autonomía y la creatividad. Aquí es preciso señalar que uno de los grandes errores de todos aquellos que en un momento determinado describen males o ventajas de la escuela actual es que exponen sus tesis alegremente, extendiéndolas sin acotar claramente a qué etapas y niveles educativos se dirigen sus apreciaciones. Así, no sería lo mismo hablar del fomento el pensamiento crítico en primaria que en secundaria o bachillerato. Como no sería lo mismo negar la validez de la opinión -"al que me dé su opinión lo suspendo", en palabras del autor en tanto que profesor de filosofía- que negar el intercambio de opiniones en infantil y primaria, actividad que contribuye a desarrollar la expresión oral.

Me sorprende que Luri ya desde las primeras páginas comente con cierta sorna las "virtudes" de impulsar el pensamiento crítico. El autor destacaría los aspectos más negativos de su puesta en valor como los que conducen a un activismo escasamente meditado, especialmente en edades tempranas, o el que deriva en la simple y llana opinión elevada al rango de conocimiento. Avanzada la lectura del libro, se comprenden las reticencias de Luri pues identifica la práctica de dicho pensamiento con el desarrollo de actividades como resolver acertijos, o hacer crucigramas. Por otra parte, piensa que en España este ha sido objetivo central de las sucesivas reformas educativas. Sin embargo, suponer que de lo dictado por la ley se deduzca su desarrollo práctico es mucho suponer. ¿De verdad se puede decir que en la mayoría de las escuelas e institutos se fomenta ese pensamiento crítico? Yo tengo serías dudas. La deliberación y el juicio -como bien sabe Luri como profesor de filosofía- orientan el pensamiento crítico. No creo que sea una barbaridad practicar estas capacidades. Lo otro con lo que quiere identificarlo, y traído un tanto forzadamente, en efecto nada tiene que ver con el pensamiento crítico; pero eso también lo debe saber Luri. El autor sospecha igualmente del concepto de autonomía, si bien es la creatividad la que recibe sus apreciaciones más hirientes.

Las propuestas para superar las dificultades que se presentan en la escuela giran en torno a la consideración de un profesor como eje, como centro, como parte sustancial de la escuela y que trabaja de una forma metodológicamente impecable. Creo que lo que se expone es una obviedad. Sin embargo, es preciso hacer notar que el cretino profesor que hace chistes a los adolescentes de bachillerato sobre su lugar de origen o denosta públicamente las opciones políticas de los progenitores de sus alumnos, el profesor que aborrece las opiniones de sus alumnos en cuanto seres aprendientes no formados, es también el centro, sigue un método excelente (la exposición de un contenido claro y ordenado), exige REC y obtiene unos resultados aceptables. Algo, a todas luces insuficiente.

Desgrana el autor más elementos con cuya valoración no estoy de acuerdo. Yo sí creo en la Sociología de la Educación (a pesar de Fernández Enguita) y en sus estudios valiosos. También en que la escuela puede contribuir a cambiar el mundo. En la escuela progresiva y en el aprender a aprender, en la actividad como base del aprendizaje, el aprender haciendo. En los buenos maestros, que merecen ser el centro en un momento determinado, pero no a todas horas. Creo en el método, aunque también sé que no hay métodos inocentes ni manos que lo apliquen. En el silencio, en la lectura silenciosa, en los tiempos lentos, en el pensamiento crítico, creativo y cuidadoso. Pero, sobre todo, en un optimismo interior y no mediado por leyes y normas. Desconfío de los que me dicen cómo ser optimista, esto es, cómo ser -perdón por el chiste- un pesimista mal informado.

Vale.